domingo, 28 de marzo de 2010

Textos de Elena Huenchul

MÚSICO E INSPECTOR DE CALLE

Tantas veces en mi niñez me han hablado de él, que aún hoy con solo recordarlo se me presenta la viva imagen de un guapo del 900. Con poncho doblado sobre uno de sus hombros, pañuelo blanco, sombrero negro, botas de caña alta y algo infaltable su acordeón en mano.
Él era un hombre bonachón, alegre, amante de la música y sobre todo de las fiestas. Tenía tantos amigos e hijos que el día en que murió, la casa, acostumbrada a recibir mucha gente, se hizo chica. Se tomó muy en serio el dicho de que “había que poblar la Patagonia” y tuvo 16 hijos. En esa época (1901-1965) era bastante común tener una familia numerosa, pero a éste se le fue la mano; así era, todo lo hacía a lo grande, por ejemplo: no tenía amigos, tenía “amigazos”.
Como les decía, el hombre se las daba de músico y cantor. Se cuenta por allí que si había una fiesta en el pueblo y no lo invitaban, se ponía tan mal que no podía dormir; se lo pasaba caminando por horas, hasta que lo vencía el sueño. Esto pasaba pocas veces, porque él era el alma de las fiestas. Le gustaba tanto tocar el acordeón como cantar y bailar. Sabemos que es bastante difícil tocar el acordeón y bailar: él era el músico y no había otro. Entonces, se le ocurrió una idea, le enseñó a su esposa un tema para que ella lo tocara y así podía bailar un rato.
Ella contaba que tocaba con el acordeón ese mismo tema tres o cuatro veces seguidas, para que él pudiera bailar.
Una vez se me ocurrió preguntar en qué trabajaba. Alguien me dijo que era inspector de calle. Yo creí eso por mucho tiempo, hasta que un día no recuerdo cómo, me enteré de que había trabajado en la Municipalidad de Viedma y recolectaba residuos. Y yo dije muy enojada ¿No era inspector de calle?.
Ese día me contaron que cuando alguien le preguntaba en qué trabajaba, él le decía: “Ando en un carro y recorro toda la ciudad, controlando que las calles estén limpias, y me llevo todo lo que no sirve, para el basural”.
Esa era su forma de definir su trabajo, dándose el título de “inspector de calle”. A su vez cargaba el título de músico de fiestas familiares, pero también era bailarín, esposo y padre. Así fue su vida, simple y tranquila. Sociable, cariñoso, se pasaba sus tardes, cuando no “inspeccionaba”, charlando con amigos, saludando a todo el que se cruzaba, defendiendo a sus hijos de las broncas de la madre y esperando los fines de semana para tocar el acordeón y bailar un rato.
Murió temprano, apenas pasados los 60 años y así... casi de golpe, cuando yo, la hija número 16, solo tenía dos años. Pero me dejo una madre y quince hermanos que me enseñaron a quererlo y recordarlo con una sonrisa y un acordeón en sus manos.
Y mi madre después de pagar los servicios fúnebres comenzó a pagar las deudas o, mejor dicho, las cuentas que él tenia de tienda, farmacia y cosas por el estilo, y nadie, ni un comerciante le quiso cobrar nada, todos decían estar tan dolidos por la pérdida que pretendían darle dinero a mi madre para que sufriera menos la pérdida de su amigazo.



LA MAGIA DE LA LUNA


¿Alguien se enamoró a la luz de la luna? Porque el solo hecho de hablar de noche, mar y luna para la mayoría de las personas significa romance. Será que este escenario brinda una penumbra propicia para amar y enamorarse ¡a la luz de la luna!. ¿Como si todo se volviera más romántico?. Como si en ese lugar se asomara o mostrara su cara ese profundo sentimiento al que tanto poeta escribió y tanto cantante honró con su voz.
Mas que el mar, la luna es la protagonista de esta historia, es como un ícono del romanticismo, como si de ella fluyera el romance o la inspiración. Yo no viví esa experiencia, yo me enamoré en una tarde de verano, con un sol radiante que invitaba a quitarse la ropa, más que a recitar poesía.
Allí radica el problema. Por eso no le encuentro sentido a ese símbolo del amor. Les cuento que si lo probé y no saben lo que he caminado, con los pies descalzos, el murmullo del mar y bañada por los reflejos románticos de la luna. Pero nada... nunca encontré el amor en el mar y ni siquiera un lobo marino se asomó para brindarle mi amor y recitarle poesía.
Tal vez por eso me parece ridículo considerar que el amor vive en el mar y lo alumbra la luna. Yo me pregunto qué pasa en las noches sin luna. ¿Nadie se enamora en el mundo?
Hay quienes creen que la mayoría de las parejas se han enamorado en la magia de sus reflejos. Yo considero que la mayoría se enamoró en la oficina, en una fiesta, en un boliche, o que los presentó en plena luz del día la prima, la hermana. No conozco a nadie que se haya enamorado a la luz de la luna y ¿por qué entonces tantos temas y tanta poesía?

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