jueves, 18 de marzo de 2010

Textos de Laura Alonzo

Fantasmas

Le escribió tantos versos, cuentos, canciones y hasta novelas que una noche,
al buscar con ardor su cuerpo tibio, no encontró
más que una hoja de papel entre las sábanas.
(Mónica Lavín, Retazos, 1996).


Apretadas y a borbotones, saltaron a la página en blanco con el claro propósito de exorcizarme. Guiadas por la razón, las emociones se despedían de mi cuerpo inquieto y rebelde, que se resistía a devolverlas a ese lugar del que alguna vez surgieron. Pero se fueron. Dejaron a la razón sentada en la mesa de aquel bar. Triunfante. Segura de que ya nunca más se quedaría sin beber su vasito de ajenjo.


La bebedora de ajenjo
(Pablo Picasso, 1901)






Abra Pampa

La conocí cuando mi noche descontaba las horas para tomar el ómnibus con destino a Abra Pampa, en la habitada y oscura terminal de Santa Rosa. Se acercó a mí y sin esmerarse demasiado dijo: ¿Espera?. Como si algo más uno pudiera hacer a las tres de la mañana en un lugar como ese. Amablemente, respondí que sí. Era evidente que su pregunta solo pretendía ser el primer paso de un recorrido cargado de lugares comunes, que permitiera sin más, ocupar un silencio que comenzaba a tornarse molesto. Por cierto, nada distinto perseguía mi respuesta.
Luego de la infaltable alusión al clima y al estado calamitoso de las instalaciones, “que dan al turista una imagen tan fea de la ciudad”, llegó la pregunta que sin ser original, viraría definitivamente nuestra conversación y mi vida. Cordialmente, preguntó: ¿Hacia dónde vas?. Al escuchar el destino final de mi viaje, cargó sus pulmones con todo el aire que pudo y lo devolvió más puro, haciéndome olvidar por un instante la pestilente combustión de los motores.
Con una rara mezcla de compasión y ternura en la mirada, intentó mantener el tenor trivial de nuestra conversación, detallándome los puntos en los cuales podría hacer escala para amortiguar un viaje de semejante distancia y me recomendó los apetitosos rolls de espinaca y queso que podría conseguir en el minishop de la estación de servicio que se encuentra antes de entrar a Tafí del Valle. Pero no pudo lograrlo. Por más banal que pudiera resultar el relleno de un rollo de harina congelado, era evidente que algo en su interior se había modificado, y que algo ya no era igual entre nosotras. A la resonancia que ese pueblo había provocado en su memoria, se sumaba ahora mi curiosidad y el desafío de matar el tiempo descubriendo un poco más sobre ese viaje. Sobre su viaje.
No fue necesario esforzarme demasiado. Sus recuerdos apretados pugnaban por salir y esperaban ansiosos alguna grieta por donde filtrarse. Esa grieta fui yo, al preguntarle: Parece que usted ya ha andado por esos lugares, ¿me equivoco?. No, me dijo, no te equivocás en absoluto.
Inmediatamente, su discurso comenzó a llenarse de colores y formas que poco tenían que ver con el paisaje al que estaban acostumbrados mis ojos. Mencionó hilos de agua perdidos en los valles calchaquíes; gigantes rojos que custodiaban millones javascript:void(0)de cactus cargados de espinas; océanos de sal en medio del desierto; conos perfectos capaces de vencer el viento y finalmente el paraíso. Explosión de color, naturaleza escondida, salares naranjas oficiando de base a un arco iris de roca que se pierde en el cielo más azul posible, y un sin fin de flores amarillas, centinelas de su paso, abriéndose por y para ella.
Fue entonces cuando su mirada se perdió definitivamente. Esa mujer se esfumó ante mis ojos que atónitos, no alcanzaron a comprender lo que veían. ¿Una señal, un aviso, quien sabe?. Tomé ese micro sin advertir que mi alma venía conmigo y nunca más regresé.

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